Lay fun versus el Ladrón de Bicicletas
A propósito del ataque mortal del perro Lay fun en una cochera de Lima

Los periodistas Raúl Vargas y Augusto Álvarez Rodrich deberían empezar por no llamar ladrón o delincuente a la persona asesinada por un rottweiler el martes 11 de julio al ingresar a una cochera posiblemente a robar. Hasta la fecha el caso sigue ventilándose en el poder judicial. A lo más podemos decir la persona que invadió propiedad privada y hasta donde se sabe eso no es motivo para condenar a nadie a pena de muerte y menos de manera tan atroz como puede ser morir a punta de mordeduras caninas. Y sin embargo los oyentes que llamaban a Radio Programas del Perú la mañana del miércoles pasado, -a un día del hecho y cuando todavía no se conocía la identidad y los antecedentes de la víctima- pedían una condecoración para el perro por haberle dado su merecido al delincuente. Es así y sin querer, que estos oyentes –en su mayoría señoras– ponían nuevamente a tiro la naturaleza de nuestra condición humana.

Hipótesis uno: Era un ladrón. –Lo más probable según la situación y sus antecedentes- ¿Merecía la muerte? Cuál habrá sido su motivación para invadir aquella cochera. (Un juez se lo habría preguntado). Qué pesadilla no le habrá tocado vivir. Y en este país sí que nos toca vivir pesadillas, capaces de empujarnos a hacer cosas más arriesgadas que invadir una cochera. De repente invadir cocheras para robar, pero cuánto podría robar una sola persona: una radio o alguna tapa de aro; lo que sea, igual es difícil creer que la suma de lo que se pueda robar en la cochera sea suficiente como para condenar a alguien a la pena capital. Recuerden a "Petiso", niño de fama póstuma que su único delito fue buscar cobijo en la base de un poste de alumbrado, por lo que murió electrocutado al instante. En cierta forma tuvo algo de suerte al no buscar refugio en esa cochera.

Hipótesis dos: Señoras que llaman alarmadas a la radio, piensen en cualquiera de sus hijos, el que era más travieso de chico, súmenle una situación verdaderamente desesperada y póngalo en la susodicha cochera. Agréguenle un perro entrenado para matar a unos cuantos metros.
¿Qué motiva nuestros aplausos ante un hecho de represión tan salvaje?

Podría ser lo mismo que motiva a algunos pueblos a justificar y respaldar las guerras preventivas emprendidas por sus gobiernos: el exacerbo por la seguridad y el individualismo. La condición humana es sorprendente. Lo demostró hace algunos años en Paraguay el dueño de un supermercado, que en pleno incendio del súper ordenó que se cierren las puertas para que nadie se lleve la mercadería sin antes hacer su pago respectivo en caja. Le importó un comino los cientos de personas que se encontraban al interior y que luego morirían quemadas asfixiadas aplastadas, etc. Alguien diría, Sí, nos estamos deshumanizando, ¿pero alguna vez fuimos "más humanos"? tampoco es novedad que matar o morir sea relativo dependiendo en que posición del mercado estés, "el significado de tu muerte será proporcional a la cantidad de dinero que llevabas en el bolsillo al momento de la misma" sino pregúntenle a tantos campesinos muertos en la sierra durante los ochenta y a casi nadie le importó. Estos campesinos eran, entre otras cosas, pobres.

Volviendo a lo del perro; el can tiene atenuantes suficientes como para salvarse de la muerte, eso sí. Para empezar es perro, o sea debería ser inimputable. Ya que ha sido condicionado para la violencia. Sería como condenar a muerte a un león por comerse a un documentalista de la National Geographic. Por otro lado debido a su entrenamiento el perro ataca a quien entre a su territorio sea cual fuere la intención del invasor. El perro no va a analizar la situación ni escatimar fuerzas. Va a proceder según su entrenamiento. Discernir le corresponde al señor guardián que debió haber estado ahí ante el primer ladrido del perro. El perro en este caso fue usado como un arma, y también sería ilógico juzgar a una pistola por el asesinato que cometió un hombre. Así, el que debe pagar los platos rotos es el que encargó la seguridad de la cochera al perro. Ahora, el dueño del perro de seguro que también debe gozar de atenuantes. Probablemente el invasor tenía intenciones delictivas y fue asesinado dentro de propiedad privada. Supongo que los mismos atenuantes que corresponderían si la muerte del invasor hubiese sido causada por un cerco eléctrico. Sin embargo, dejar en una cochera como jefe de seguridad a un perro no es más que una negligencia mayor. Mil situaciones se pueden presentar que el perro no podría resolver. La misión del perro en una cochera en todo caso, será detectar y alertar con ladridos la presencia de un invasor. Ahora que el perro haya acabado con el invasor porque éste aceptó el reto de pelear hasta morir es absurdo. Un delincuente desarmado, al ser delatado por un perro –y más aún si es uno como Lay fun- lo único que procurará será escapar cuanto antes.

Pero como ven ese no es el problema. El problema, porque quiero creer que es un problema, es la deshumanización del hecho. La celebración del castigo brutalmente desproporcional.

Aparte me gustaría hacer también un par de preguntas a estas señoras que llaman a la radio pidiendo condecoraciones al perro.

¿Pensarían lo mismo si hubiesen visto el acto? O sea de estar ahí ¿le hubiesen hecho barra al perro para que acabe con el hombre éste? y otra pregunta un tanto más a la peruana; si el que murió –del cual sólo se sabe la "feliz coincidencia" que tenía antecedentes penales por robo-, hubiese sido "otro", digamos y en resumidas cuentas hubiese sido un pituquito de Miraflores (citando a nuestra primera dama) que hubiese entrado a una cochera a robarse una radio como parte de su palomillada, o por el motivo que sea, la pregunta es, señoras que llaman alarmadas a la radio, ¿seguirían pensando lo mismo? No respondan rápidamente, imaginen la situación, el joven en la cochera (ebrio de repente y entrando para sacar algo de su propio carro pero le ganó la hora) y ¡zas! un perro negro le salta encima y en ese mano a mano infernal donde el can no cree en esteriotipos que pudieran emparejar la cosa, el joven muere. Señora que llama a la radio para repetir lo mismo que dice Raúl Vargas, ¿de todas maneras pediría condecoración para el perro? ¿O se iniciaría una campaña para librarnos de esos malos canes?

Quién tiene la culpa de nuestro afán justiciero descarnado, ¿los videojuegos? Al parecer nuestra condición humana se cimienta casi demasiado en el individualismo a ultranza. Que le pase a otros lo peor, si es necesario para que en un futuro no me pase a mi. Reconozcámoslo somos esencialmente malos.
Si una señora que tiene nietos y los quiere, y posiblemente sea una vecina ejemplar aplaude el hecho de que un ser humano sea asesinado a mordida limpia por un animal por invadir una cochera, ya nos deja muy poco para el idealismo.
Rejas que dividen distritos, serenazgos abusvios, policías pegalones que se les pasa la mano, esposos furibundos que también se les pasa la mano, países guerreros que matan civiles sin querer queriendo, todo tiene lógica y va cobrando sentido bajo la misma premisa maligna que justifica hasta la muerte de un hombre por las fauces de un perro: seguridad y castigo. Nada está por encima de MI seguridad.

Si en algo espero coincidir con las señoras que llaman a la radio pidiendo se le entreguen las llaves de la ciudad al perro de la cochera, es que en el fondo ni ellas pueden desear una muerte tan brutal a nadie; ya que por más ladrón que parezca, existe un Estado de Derecho que no juzga sobre sospecha, ya que no todo lo que parece es, y las situaciones desesperadas existen y conocerlas es parte de la justicia, procesal y moral.

Esto trae a colación una película que, aparte de su calidad como tal, nos pone justamente en el caso, incluyendo la perspectiva del "ladrón". Me refiero a la siempre vigente "El ladrón de bicicletas". Bello ejemplo del neorrealismo italiano. El momento en que capturan al "ladrón" de la bicicleta es ilustrativo. En el film se ve como la gente lo recrimina duramente, sin considerar inicialmente la presencia del niño que apelaba con llantos por su padre. Luego lo dejan ir.

Los que han podido ver la película saben la verdadera condición del hombre y la motivación que lo llevó a cometer el acto delictivo repentino. Pero los que lo capturaron no, sin embargo igual lo dejan ir. Ahora imaginemos esta situación: el ladrón de bicicletas en vez de ser capturado por el dueño de la bicicleta, es acorralado por el mismo rottweiler de la cochera. Así, una vez activadas en el perro todas las respuestas feroces correspondientes a cada estímulo que desprende la situación, Lay fun descuartiza a El ladrón de bicicletas. Las señoras que llamaron a la radio, al ver el asunto, se mostrarían felices de ser testigos de excepción ante un acto de justicia, mucho más fundando que el de la cochera ya que en el caso del film el robo se consumó y las pruebas sobran ya que el ladrón fue capturado intentando huir montado en la bicicleta robada; mientras que en el caso de la cochera al señor X sólo se le puede probar que estuvo en el momento equivocado, metido en la cochera equivocada, en el mundo equivocado.

En ambos casos, realidad y ficción, estos hombres fueron acusados de ladrones, uno con más pruebas en su contra que el otro. Ambos habrán tenido sus motivos para hacer lo que hicieron. Sin embargo, esta vez la realidad supero de lejos a la ficción y por partida doble: final fatal, sangriento y macabro, seguido de ovación popular.

Efraín Agüero Solórzano
Comunicador Social

El nacionalismo, Charles De Gaulle y Rosa María Palacios.

Durante los últimos días (primera semana de mayo), en el programa de TV Prensa Libre, que conduce y dirige Rosa Maria Palacios, se ha dejado entrever que para la periodista el nacionalismo es algo malo a priori. Sin tomar en cuenta que el nacionalismo es un concepto que funciona de distinta manera en determinada circunstancia política. Por ejemplo, en los años posteriores a la segunda guerra mundial el nacionalismo fue prácticamente el motor de la historia para una gran parte del mundo.

No se puede hablar de nacionalismo como un concepto estancado y vinculado únicamente al nacional socialismo alemán o a la ultraderecha francesa.

En la década del 50 y 60 el nacionalismo fue la fuerza que propició la independencia de numerosos países asiáticos y africanos. Estos movimientos nacionalistas (muchos con ideología marxista) encontraron la coyuntura propicia para su independencia al ver a una Europa debilitada a causa de las guerras mundiales. En un par de décadas, estos movimientos se emanciparon a través de procesos revolucionarios mucha veces sangrientos, de sus gobiernos colonizadores y establecieron una amplia gama de estados independientes. La idea de Estado Nación heredada de los propios colonizadores era utilizada en esta ocasión por las colonias para alcanzar su independencia.

Sin embargo, la idea de nacionalismo no era compatible como es obvio, con los países europeos, como por ejemplo Francia. Ya que este nacionalismo, que era prácticamente la respuesta ante el imperialismo, implicaba el desprendimiento de sus colonias.

Francia en 1950, 1960 se aferraba a sus colonias. Principalmente Indochina y Argelia. Y es en este contexto, tal y como cita Rosa Maria Palacios en su programa de TV, que el militar francés Charles De Gaulle dijo más o menos así: "el patriotismo es bueno porque es el amar a la tierra, a la patria, etc. pero el nacionalismo es el odio a todo lo demás".

Es lógico que Francia y entre ellos Charles De Gaulle, (presidente de Francia durante los últimos 3 años de la cruenta guerra contra Argelia), no veía con mucho agrado que las ideas del nacionalismo sean vistas positivamente.

De Gaulle fue llamado al gobierno expresamente para que pueda impedir la independencia de Argelia, que por cierto costó, al parecer, un millón de víctimas africanas (¡!), con cientos de miles de desplazados. Fue una verdadera catástrofe humanitaria. Fue una guerra tan horrenda donde se experimentó en exceso las tácticas de guerra sucia, que inclusive la OTAN, de la cual era miembro Francia, hizo sentir su preocupación por lo impopular que resultaba este conflicto. Mientras que la diplomacia francesa ponía el freno a la ONU empecinándose con el argumento de que esa guerra era un asunto interno. Se bombardeó campos de refugiados, se torturó, se electrocutó. Y no hace mucho por cierto. 50 años a lo más. Finalmente en 1962 Charles De Gaulle reconoce la independencia de Argelia, tras una serie de negociaciones impulsadas por él.

Por otro lado, citar a De Gaulle, un militar fracasado, golpista y super pro estado –pero si excelente en la política-, no resulta buena idea, en tanto no es buen referente para promover consignas neo liberales. (Rosa María Palacios cita la mencionada frase de De Gaulle con el afán de minimizar la posición de un candidato a la presidencia, líder de un movimiento autodenominado nacionalista.)

Lo que después sucedió con Argelia, uno de los países más ricos del África ya es parte de su propia historia. Pero es imposible negar que el concepto de independencia sí puede ser tomado consensualmente como algo positivo.

Conclusión
El nacionalismo motivó muchas luchas por la independencia, incluida la de Argelia.

Conceptos como el de nacionalismo, adquieren carácter valorativo en concordancia con el color político de la opinión a la cual subyace. Es en este contexto decir si es malo o es bueno depende del lado en que se esté en el espectro político o respecto a la distribución del poder. Es lógico que Francia se sintiera amenazada ante la reivindicación nacionalista.
El caso de Angola es ilustrativo –colonia de Portugal hasta 1975-, ya que es el proceso independentista y nacionalista angoleño el que contribuye a desencadenar el fin del propio régimen dictatorial portugués.

Dos definiciones del concepto nacionalismo
Nacionalismo, ideología política que considera la creación de un Estado nacional condición indispensable para realizar las aspiraciones sociales, económicas y culturales de un pueblo. (Microsoft ® Encarta ® 2006.)
Nacionalismo. Doctrina política que revindica para una nación el derecho a llevar a cabo una política acorde con sus intereses colectivos y de defensa de su personalidad. (Diccionario Básico de la Lengua Española. Editorial Planeta.)


Efraín Agüero Solórzano

A propósito de las próximas elecciones
La democracia en el Perú, una cuestión de fe
articulo publicado en el Sol de cusco en la quincena de diciembre del 2005

A menos de cuatro meses para las elecciones generales las encuestas centran su atención en la clásica, conservadora y sesgada pregunta de ¿por qué candidato votaría usted? induciendo a la ciudadanía a sólo escoger entre lo propuesto, negándosenos la posibilidad de abstraernos y reflexionar entorno a si ¿de algo servirá nuestro voto en las próximas elecciones? o, ¿algo va a cambiar gane quien gane?

Cuestionar la viabilidad del sistema democrático que nos toca padecer no es subversión, es buscar dentro del sistema soluciones a largo plazo que nos permitan elegir a nuestros representantes con algo más de seguridad. Después de 20 años de democracia el único tema ad portas de las elecciones es el de la preferencia electoral. Como si todo anduviese sobre ruedas. ¿No es admisible la mínima sospecha de que algo malo sucede a nivel estructural y que no se trata simplemente de nuestra mala suerte a la hora de elegir? o, acaso es casualidad que, de los cuatro últimos presidentes electos democráticamente, los cuatro hayan concluido sus mandatos al menos sin lograr alejar al país de la extrema pobreza y que se haya vuelto un sentido común vincular la política con el robo, el despilfarro y la mentira. La pregunta sería: ¿cree usted ciudadano del Perú, que las cosas van a cambiar se elija a quien se elija?

Nuestro fútbol es el ejemplo adecuado. La hinchada (el electorado) no pierde la fe en la selección (la democracia) hasta que las matemáticas (nuestra realidad política) nuevamente nos traicionan. Nuestra selección de fútbol no tendría porque ser mejor (ni siquiera cambia de dirigentes) sin embargo, cargados de ilusión esperamos cada proceso eliminatorio al mundial. Lo mismo con la democracia. El próximo gobierno no tendría porque ser mejor (ya que estructuralmente no se dan verdaderos cambios) sin embargo la fiesta electoral ya se percibe.

Si alejamos la fe de nuestro análisis político nos bastaría haber vivido los últimos cinco procesos electorales para saber que poco o nada va cambiar. Siempre vamos a acabar avergonzados de nuestros gobernantes, de sus familiares y de sus Congresos de turno. Pero el Perú es un imperio de la fe. Y con la misma esperanza con que eligió a la derecha a inicios de los ochenta, a la centro izquierda luego, y a los outsider en los noventa, acudirá a las urnas el 9 de abril del 2006 a elegir a su nuevo Mesías.

Hay que ser positivos y creer que nuestra democracia está descompuesta. No funciona bien. Y que el desperfecto se deba a la falta de protagonismo ciudadano, que no vigila adecuadamente a sus autoridades. Pero, ¿existen los mecanismos que nos permitan ejercer un control efectivo sobre nuestras autoridades, como sancionarlas o revocarlas cuando sea necesario y no esperar la conclusión de sus periodos para que recién la justicia los encare? o algo más complejo aun, ¿qué nos garantiza la no repetición de actitudes políticamente mediocres y mezquinas, que sin llegar a ser delitos se suceden a diario y entorpecen nuestra alicaída actividad democrática? o sea, ¿qué nos garantiza que nuestro próximo Congreso no se incremente groseramente el sueldo, o que la familia del presidente viva en la impunidad gozando de los escasos puestos de trabajo, o que nuestros vicepresidentes impulsen leyes que sólo benefician a sus enamoradas? El precio político que supuestamente pagan no es más que un eufemismo de impunidad. La incredulidad de mejorar tras cada elección es mayor cuando constatamos que los candidatos son los mismos desde hace más de 10 años. Ni cambian las condiciones ni los políticos. ¿Qué verdaderas esperanzas de cambio nos esperan?

Humala es ahora lo que Toledo fue el 2001 cuando cautivó a todo el Perú con su envidiable biografía y sus rasgos autóctonos. Hoy no falta el día en que, el mismo pueblo que lo eligió se sienta avergonzado de su mal cálculo. El 90 Fujimori nos vendió la idea del japonés trabajador opuesto a la derecha representada por el FREDEMO. Dos años después cerró el Congreso (que merecía cerrarse pero igual no se hace), tuvo como asesor a uno de los personajes más nefastos de nuestra historia republicana, renunció por fax, y actualmente es perseguido por la justicia por una serie de delitos que incluyen los de lesa humanidad. O como en el 85 cuando García captó el voto femenino y engatusó a la mayoría con su verborrea de centro izquierda sobreponiéndose ampliamente a una izquierda poco moderna, para luego, en un par de años, llevarnos a sobrevivir una de las hiperinflaciones más espectaculares vistas sobre la faz de la tierra. O como cuando en el ochenta volvimos a la democracia con Belaúnde, democracia inclinada hacia la derecha pero democracia al fin. Fernando Belaúnde, el mismo que años más tarde confesara que arrojaba los informes de Amnistía Internacional directo a la basura ni bien recibidos. El mismo que permitió la guerra sucia que dejó como saldo miles de campesinos muertos.

Son nuestros votos los que eligen. No hay que ser muy memoriosos y si bastante honestos para admitir, así sea en nuestro fuero más íntimo, que ya estaremos arrepentidos al menos del 90% de los candidatos elegidos por nuestro entusiasmo.

Qué se puede hacer
La justicia debería ser un factor disuasivo, sin embargo nuestro Poder Judicial no es un ejemplo de eficiencia y su tan añorada reforma por ahora no es más que una utopía. Desde los partidos también se podría ejercer un control sobre las autoridades electas. Hay una Ley de Partidos desde el 2003. Sin embargo existe una lenta o casi nula renovación de cuadros mientras que las elecciones internas no alcanzan a ser un buen ejemplo de ejercicio democrático.

La tarea de la sociedad civil sería construir gradualmente mecanismos de control, (y utilizar los existentes) planificarlos a largo plazo, que trasciendan la coyuntura, y que estén orientados a garantizar la no repetición de las prácticas que caracterizan nuestra política. Esa sería la verdadera tarea democrática. No ir a votar en sí. Ya que no basta con elegir para luego darnos a la esperanza, sin considerar que conservamos las mismas reglas de juego que son las que en cierta manera permiten o promueven nuestra desgracia política.

Los presupuestos participativos y la revocatoria de alcaldes son un ejemplo de injerencia y cogobierno en el asunto municipal. El gobierno central y el Congreso de la República aún serían el flanco descubierto. Un verdadero Acuerdo Nacional, donde se concentren las diversas fuerzas políticas y productivas, podría ser parte de un verdadero engranaje de control. Se trata de poder revocar congresistas, ministros a los que se les compruebe nepotismo o tráfico de influencias, etc. y a la vez, quitarle al Congreso su aspecto de botín de guerra.

¿Cuántas veces se puede decir: este sí es distinto, este sí es honrado, este es del pueblo, este otro no? al parecer varias, pues a nuestro heroico pueblo aparentemente sólo le queda la fe. Lo que nos haría suponer que no todos los dichos, por más sabios y antiguos que suenen, tienen que ser verdades universales y que al menos en el Perú y en su ejercicio democrático, la fe no necesariamente mueve montañas.
Efraín Agüero Solórzano

Upa upa upapá, la democracia es el papá*

*articulo publicado en El sol de Cusco, en la quincena de diciembre del 2003

Que el Cienciano no juegue el partido de local para la final de la Copa Sudamericana en el estadio Garcilazo, es más que una simple cuestión de normas. El despojo de la correspondiente localía, pasando por encima de la voluntad de un pueblo, es una actitud antidemocrática disimulada con argumentos tecnicistas.

Una acción antidemocrática no proviene exclusivamente de un gobierno de tipo dictatorial, sino, como nos lo ha demostrado hasta el cansancio la globalización, también de los grupos de poder, el capital y el mercado. Un organismo como el encargado de la organización de la Copa Sudamericana, enmarcado al interior de una sociedad democrática como la latinoamericana, debe emitir o recoger normas o disposiciones que involucren, en cada una de estas, el factor democrático. Sucede todo lo contrario con la norma que reglamenta la capacidad de los estadios por etapa clasificatoria, la misma que aleja al Cienciano de jugar la final en el Garcilazo.

La Democracia como sistema existe precisamente para cubrir las diferencias que se presentan en la sociedad. Diferencias como las económicas. Y si un club, una provincia, un país, no tiene un estadio “grande” (40, 50 mil personas) no es por capricho arquitectónico, sino porque responde a una realidad tanto demográfica como económica. Una provincia con indicadores de desarrollo disminuidos, difícilmente contaría con estadio para 60 mil personas, debido a lo costos de la inversión y a lo innecesario de tan enorme capacidad. Lo que en las grandes capitales sí sería funcional.

Ahora, la pobreza no puede ser de ninguna manera causal de discriminación, y el no permitirle a un pueblo participar adecuadamente de una competición que le corresponde, por cuestiones de infraestructura, no es más que una explícita demostración de la poca atención que le prestan los grupos de poder a lo que tenga que ver con la voluntad popular, democracia, espíritu deportivo. O sea es como si prevaleciera la norma sobre la constitución, el espíritu de la localía subordinado a la forma de la norma (manipulable, manejable). Por lo que, las autoridades democráticamente elegidas tienen el deber de pronunciarse consecuentemente con la voluntad de su pueblo.

Si el estadio de la UNSA en Arequipa (recientemente ampliado y remodelado) no contase con la capacidad requerida ¿dónde se hubiera tenido que jugar dicha final? En el departamento de Cusco viven un millón de ciudadanos que se identifican y hacen suyo a un equipo de fútbol que sienten los representa. Este mismo millón de ciudadanos espera ver jugar a su equipo en su casa que es su estadio. Sin embargo lo que quiera un millón de cusqueños respecto a su club no basta. Y se dice que vivimos en Democracia.

Efraín Agüero Solórzano